En la mitología griega, Aquiles, “el de los pies alados”, era hijo de la ninfa marina Tetis y el mortal Peleo. Según una de las distintas versiones, cuando Aquiles nació su madre quiso hacerlo inmortal sumergiendo al niño en el río Estigia. Al hacerlo olvidó mojar el talón por el que lo tenía sujeto y esa zona quedó indefensa. Y fue el príncipe troyano Paris, “el protector del hombre”, quien clavó la flecha –guiada por el dios Apolo- en el desprotegido punto débil de Aquiles, ocasionándole la muerte.
Uno de los grandes logros de estas tragedias griegas escritas hace miles de años es el de demostrarnos que la historia se repite. En el mundo que nos ha tocado pisar, nuestros dioses del Olimpo son de carne y hueso; también ganan batallas y también tienen puntos vulnerables. El Aquiles contemporáneo del que quiero hablar hoy es el gran JOAQUIM CARVALHO CRUZ, el fenómeno que llegó a lo más alto desde lo más pobre del Brasil.
Joaquim Cruz nació en el suburbio de Tuapatinga el 12 de marzo de 1963. De niño tuvo que trabajar de limpiabotas y ayudar a su padre, vendedor ambulante de naranjas. Humilde comienzo para un futuro dios del Atletismo. Comenzó a jugar al baloncesto pero pronto destacaron sus aptitudes en la pista. A los 15 años corría los 800 metros en 1’51” y a los 18, el 27 de junio de 1981, arrebató el récord mundial júnior a la leyenda norteamericana Jim Ryun, con una marca de 1’44”3.
El dato no pasó desapercibido en USA y en 1982 fue invitado junto a su entrenador/descubridor, Luis Roberto de Oliveira, a establecerse en la ciudad de Utah. Nada más llegar tuvieron que operarle un pie. Tras recuperarse, meses después se trasladaron a la Universidad de Oregón, una de las mecas del fondo estadounidense. Y aquí es donde comienza el gran ascenso de Joaquim Cruz, con su medalla de bronce en los 800 metros de los Mundiales de Helsinki’83. Aunque su verdadera guerra de Troya, de la que salió victorioso, fueron los Juegos Olímpicos de Los Ángeles’84.
El duelo a muerte en LA’84 fue contra los dioses de los Juegos precedentes, los británicos Coe y Ovett. Ovett llegó mermado a la cita pero Coe (que días después ganó el 1500) seguía siendo el hombre a batir. Y en Los Ángeles el antiguo vendedor ambulante causó sensación. Dominó cuatro maravillosas batallas, cuatro carreras de 800 metros en cuatro días, que nadie que las presenciara podrá olvidar jamás. Con su correr elegante pero desgarbado por tener una pierna más corta, dando la cara, tirando desde el principio o empujando para avivar el ritmo, sus cuatro contiendas dieron el asombroso promedio de 1’44”43. Y es que la prueba de los 800 metros siempre ha sido muy perra para pasar las rondas, y en los Juegos Olímpicos y a cuatro carreras… tonterías las justas. En la final, con 1’43”00 batió el récord olímpico del dios Juantorena, “el del doblete imposible”. Y el dios Sebastian Coe, “el de los récords mundiales”, volvió a quedar segundo en la batalla sagrada.
Dos semanas después Joaquim Cruz corrió tres 800 en días alternos (22, 24 y 26 de agosto de 1984) y puso patas arriba el ránking mundial: 1’42”34, 1’42”41 y 1’41”77, quedándose a cuatro centésimas “oficiales” del 1’41”73 de Coe. Y pongo las comillas porque esa marca se estableció por consenso con la medida de dos células fotoeléctricas tras el fallo del cronometraje eléctrico, por lo que nunca se sabrá la marca EXACTA del británico. En cualquier caso, Cruz se convirtió en el segundo atleta en romper el muro del 1’42”, club al que en los siguientes veinticinco años sólo se ha sumado el actual plusmarquista, el danés/keniano Wilson Kipketer. Tras las tres carreras de agosto, la Golden Gala de Roma le puso un dineral sobre la mesa para que lo volviera a intentar, pero sus tendones de aquiles ya habían dado su opinión al respecto.
En 1985, sin grandes citas a la vista, Joaquim Cruz volvió a deslumbrar al mundo con una semana mágica. Cuatro carreras en siete días (21, 23, 25 y 28 de agosto) con marcas de 1’43”23, 1’42”98, 1’42”54 y 1’42”49. Pero esta vez los tendones de aquiles lo llevaron de la Ilíada homérica al Infierno de Dante. Tras estas exhibiciones, años de dolor. Joaquim Cruz sólo nos regalaría una última muestra de su enorme talento.
En 1988 consiguió llegar en condiciones a los Juegos de Seúl. Allí el favorito era el dios Said Aouita, “el de la versatilidad total”, que ese año se metamorfoseó en ochocentista. En la carrera final, el keniano Nixon Kiprotich actuó como gregario del futuro ganador, y pasó la primera vuelta en 49”54 para asfixiar el ritmo de Aouita. Joaquim Cruz consiguió un justo segundo puesto delante de Aouita, derrotados todos por el nuevo dios Paul Ereng, “el de la zancada flotante”.
Y hasta aquí llegaron los tendones de aquiles del dios Joaquim Cruz. Lo poco que pudo hacer después queda en anécdota comparado con la dimensión de los grandes momentos que nos legó, que son los que he querido glosar en esta epopeya juancarliana sobre el dios Joaquim Cruz, el chico que empezó limpiando botas.
Escrito por Juan Carlos Hernández
con su entrenador
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