sábado, 5 de junio de 2010
Another trick, on the Wall (Maratón de la Muralla China, 2010)
Si Delhi llama la atención por su contraste entre lo que se viene y lo que fue, en Beijing ese contraste ya no existe. Lo que viene ya es, y lo que fue cuesta encontrarlo. Los que no tuvimos la suerte de visitar esa ciudad monocromática, de casas bajas y atestada de bicicletas, deberemos conformarnos con conocerla solo por fotografías. En Beijing sorprenden sus amplias avenidas y autopistas, su parque automotor modernísimo, sus edificios de vanguardia llenos de luces de neón. Los hutongs (“pasadizos”), especie de conventillos donde hasta hace poco vivía el 80% de la población van desapareciendo para dejar lugar a calles peatonales de negocios, a nuevos edificios, o son restaurados para darles un aspecto más aceptable. Los rickshaws, bici- o moto-taxis que en Delhi dominan el paisaje urbano, en Beijing existen solo en ciertos puntos, más para consumo turístico que como efectivo medio de transporte, casi como los mateos de Palermo.
Si la infraestructura es la cualquier gran ciudad occidental, un viajero desprevenido enseguida se daría cuenta de que no está en Berlín o Madrid, no solo por el aspecto físico o el idioma de sus habitantes, sino principalmente por el nivel, o mejor dicho, la falta de servicio.
La primera barrera es idiomática. La enorme mayoría de las personas que están en contacto regular con turistas (personal de hoteles, restaurantes, taxistas, etc.) no habla una sola palabra de inglés. Ni siquiera son capaces de entender una dirección escrita o un mapa. Una de las primeras cosas que un nuevo residente de Beijing tiene que conseguir es una especie de manual con las direcciones de los principales lugares en caracteres chinos y occidentales, de modo de mostrárselo al taxista para que lo lleve a uno al lugar correcto.
De los pocos que sí hablan algo de inglés la mayoría lo hace con una entonación absolutamente incomprensible, que obliga a un altísimo nivel de concentración para tratar de captar algo. Además, como siempre asienten y sonríen a cualquier cosa que se les diga, nunca se sabe si nos entendieron o no.
La segunda barrera es de actitud. Son extremadamente dedicados en hacer lo que se les instruyó (y además hay siempre montones de personas para hacerlo), pero si algo no figura en su repertorio, por sencillo que sea, no se hace. Se quedan mirando, sonrientes, y repiten “I’m sorry” (o algo lejanamente parecido). La milenaria paciencia china puede desesperar a un occidental con una mínima necesidad no prevista.
Por el lado positivo no podemos dejar de destacar la honestidad o falta de malicia. Los años de aislamiento tuvieron por lo menos el efecto positivo de que no adquirieran los vicios de “viveza” a los que somos tan afectos los argentinos.
Por todo esto y por mucho más, sumado a mi habitual paranoia, decidimos ir temprano a hacer el check-in en el hotel que nos reservó la organización de la carrera. Hace varios días que estamos en Beijing, pero por nuestra cuenta y haciendo turismo. Hoy miércoles comienza el programa de la maratón. Por suerte apenas llegamos al hotel la recepcionista nos pone en contacto con Lisa Wu, una china que aunque habla un Chinglish apenas comprensible y repite todo cuatro o cinco veces, es muy dedicada y eficiente con su trabajo. Nos entrega los números y el resto del “kit” y está todo en orden. Suspiro de alivio. Podemos ir a cenar y a descansar.
Jueves, 4:30 de la mañana nos despierta Lisa Wu. Hoy salimos temprano hacia la muralla. Es día de inspección y, espero, de descanso. El sábado es la carrera y la última semana la estuve dedicando al turismo. Mis piernas, y sobre todo mis pies, están bastante cansados. Mucho tiempo parado y poco (o nada) de elongación. Jueves y viernes recupero, espero.
Apenas subo al micro me saludan con un “Buen día”. ¿De dónde son?, pregunto. “Argentinos, obviamente”, me responde Omar, un marplatense que viaja con su amigo Daniel, también marplatense pero importado de Rosario. El viaje dura unas tres horas y las duermo casi todas. Llegamos a un fuerte sobre la muralla cuya plaza se ha convertido casi en un miniestadio, con gradas y sillas. Ahí será la largada y la llegada, y además pasaremos otras dos veces. El director de la prueba da varias explicaciones organizativas y nos alerta para que estemos atentos a los desniveles, a los escalones y al calor. Eso ya lo sabía. En principio venía decidido a correr con una caramañola, pero la aclaración de que va a haber 28 puestos de hidratación a lo largo del circuito me hace dudar.
La explicación del recorrido me resulta familiar porque me cansé de estudiarla en el sitio web. Empieza con una subida de unos 5 km hacia la muralla seguidos de unos 3 km por la muralla para volver a la plaza. Ahí tenemos unos 26 km de carrera relativamente normal, aunque va a haber un poco de pendiente entre los km 17 y 21. Finalmente se vuelve a la plaza y los últimos 8 km son iguales a los primeros pero invertidos: se sube por la muralla y se baja por la ruta.
El director enfatiza la importancia de la inspección que estamos por hacer. Repite que los escalones son irregulares, que hay sectores sin escalones, otros angostos, otros sin protección, y otros con todo eso junto.
Volvemos al micro que nos lleva hasta el km 5 de la carrera, caminamos unos 300/400 m en subida y llegamos a la muralla. Ahí empiezo a tener noción de la verdadera dificultad.
Mi primera preocupación es el cansancio. Adiós otro día, o al menos otra mañana, de descanso. Estoy subiendo y bajando infinidad de escalones y efectivamente son bastante irregulares. Pienso que sería prudente correr vendado para prevenir torceduras en mi tobillo derecho, mi punto débil. Pero desde el Himalaya que no corro vendado, por lo que tengo que probarlo antes para no hacer experimentos el día de la carrera.
De golpe chocamos con una fila de gente que no avanza. Es un sector con una bajada muy empinada. No tiene escalones y el piso es de piedra laja muy resbaladiza. Es angosto, apenas entran dos personas. Sobre el lado derecho, donde está la mayoría hay una pared y un pasamanos. Pero sobre el izquierdo hay un precipicio sin protección. Trato de hacer un tramo sobre el lado izquierdo pero tengo que estar muy atento para no resbalar y perder el equilibrio. Me digo que en la carrera va a ser importante llegar acá rápido para evitar embotellamientos ya que va a ser casi imposible pasar a alguien.
Tengo sed y me doy cuenta de que el calor empieza a sentirse. Son las 10:30. El sábado debería estar poco más allá de la mitad de la carrera. Con suerte espero terminar 12:30, por lo que es otro tema a prestar atención: gorro y mucha hidratación.
De golpe me doy cuenta de que a pesar del cansancio y de la pesadez en las piernas, el sector que estamos haciendo es en bajada. Tiene tramos en subida, sin duda, pero la mayor parte es en bajada. Y hacia el final de la carrera vamos a tener que hacerlo en sentido inverso, es decir subiendo. Me deseo buena suerte.
Finalmente llegamos otra vez a la plaza. Tardamos más de una hora y media en hacer 3 km de muralla en bajada. El sábado lo vamos a hacer así al comienzo, pero en sentido inverso, en subida, hacia el final.
Almorzamos y otra vez al micro para ir al hotel. “Malas noticias” nos dice Lisa Wu en su Chinglish y sin cambiar la entonación positiva y la sonrisa. El “hotel” es un hostel modesto en un pueblo pequeño y acaban de cortar el agua, por lo que no solo es imposible bañarse, sino también satisfacer otras necesidades aun más elementales. Repite una y otra vez que ya están trabajando para repararlo pero conociendo la metodicidad china decido ensimismarme de su cultura y armado de paciencia oriental le digo a Dientes que se prepare para no bañarse hasta después de la carrera. Creo que me da un poco de satisfacción saber que hay alguien más desesperado que yo.
Después de que el micro se perdiera varias veces, incluyendo marchas atrás en subida por caminos ridículamente angostos, finalmente llegamos al “hotel”. Por suerte era mucho mejor de lo que había dejado entender Lisa Wu. Es un centro de entrenamiento, una especie de Cenard pagado por el partido comunista chino, así que las habitaciones son sencillas pero impecables. Agua todavía no hay por lo que no queda mucha más alternativa que dedicarse a la siesta. Al fin algo de descanso.
Cuando me despierto, milagrosamente ha vuelto el agua, por lo que es posible bañarse antes de ir a cenar (o casi merendar porque arrancamos a las 18.30). Lisa Wu nos lleva a un “restaurant” cercano donde nos inundan de platos típicos, con el fantástico estilo local de colocar todo en un centro de mesa giratorio, de modo que se va haciendo girar y cada uno se sirve lo que más le gusta.
La cena y la sobremesa sirven para conocer un poco más a los compañeros de aventura. La nuestra es una mesa hispana, con un grupo grande de mexicanos y la única excepción de las cariñosamente apodadas “Cacatúas” por Dientes: dos veinteañeras neozelandesas que ante la menor estupidez estiran el cuello y ríen estruendosamente a coro.
Regreso al hotel, un poco de elongación y más descanso porque al otro día Lisa Wu nos despertará a las 7.00 para desayunar.
El viernes es finalmente un día tranquilo. Después de desayunar más elongación, un trotecito de media hora y más elongación. No me gusta la sensación de la pisada con la venda, por lo que decido correr sin venda y con más cuidado. También decido no llevar la máquina de fotos porque ya saqué bastantes el día anterior.
Almuerzo y más descanso hasta la hora de la cena (17.30!!!). Hoy es el “pasta party” y vamos a un hotel donde supuestamente nos encontramos con la mayoría de los corredores. Rezo para que haya arroz porque mi conocida flexibilidad con la pasta me impide creer que los chinos sepan hacer algo medianamente comible. Pero para mi enorme y grata sorpresa, las penne y los spaghetti están realmente al dente y las salsas son muy livianas. Coinciden un grupo de italianos que comparten nuestra mesa, aunque se quejan de que se acabaron los tenedores. Me río al verlos tratando de enrollar los spaghetti con palitos y les digo que Marco Polo estaría orgulloso. No me responden porque están demasiado concentrados tratando de llevar algo a la boca.
4:30 llega la llamada puntual de Lisa Wu. Salto de la cama, me visto y bajo a desayunar eufórico como todos los días de carrera. Entro al comedor con un “good morning” como para levantar los ánimos y despertar a los dormidos. Siento que todos me clavan unas miradas entre sorpresa y fastidio, pero no me importa. Es un día de fiesta. El único que me responde con su clásica sonrisa bonachona es Daniel (Omar, como de costumbre, sigue en la cama, no sea cosa que vaya a llegar anteúltimo). Dientes se suma al grupo de los que me miran con algo de odio.
El acceso a la plaza y la entrega del bolso de mano es lenta, pero finalmente todo se resuelve. Unas cuantas fotos y a prepararse. No somos muchos. Largamos juntos los 500 de maratón y unos 800 de media maratón, pero separados en dos grupos, así que seremos unos 650 en cada grupo. De todos modos quiero largar por adelante para evitar los embotellamientos en la muralla. Mi plan de carrera es sencillo: hacer una media de 10’30”/km en los primeros y últimos 8 km, y 5’00”/km en los 26,2 restantes. Eso da 4h 59’ que lo considero un buen tiempo. Obviamente no sé si los 10’30” son razonables. En el Himalaya hice kilómetros de más de 18’. Y no sé si voy poder correr a 5’/km después de la trepada, aunque sinceramente acá me tengo más confianza.
¡Largamos! Salgo rápido pero no desesperado. Me pasan muchos pero la mayoría son de la media maratón y aunque quiero evitar el embotellamiento también tengo que pensar en mi carrera. El primer kilómetro es bastante llano y lo hago en 4’24”. “Esto es bueno para el promedio”, me ilusiono. La subida por la ruta la hago suelto pero a buen ritmo, siempre por debajo de 6’/km. Llega la muralla y la cosa se pone un poco más difícil. Hay escalones bajos pero anchos donde me resulta difícil tomar ritmo: si los hago de a uno siento que voy muy despacio, pero si los hago de a dos tengo que alargar mucho el paso. De golpe cambian a escalones altos pero angostos, por lo que sí o sí tengo que hacerlos de a uno para no resbalar. Trato de no quedarme, pero sé que lo más importante es no lastimarme.
Me hidrato en cada puesto, que están distribuidos más irregularmente de lo que esperaba. Trato de respetar la consigna del director de no dejar las botellas por la muralla y por no esperar el siguiente puesto de control se la doy en la mano a un chino que está por ahí y no sé si es un turista o de la organización. Alarga la mano contento para recibirla pero apenas la toma la tira al precipicio por encima de la pared. No es la mejor forma de ayudar el ambiente, pienso.
Paso el sector de la bajada empinada sin mayores problemas pero más adelante veo algunas personas decididamente subidas de peso y me pregunto como hicieron para llegar adelante mío. Después veo que son de la carrera de 5 km que largó más adelante y me tranquilizo. Logro mantenerme no muy lejos del promedio de 10’30”. Veo que tardo casi el doble por la muralla, que es bajada que por la ruta en subida. Pero lo importante acá es no torcerse un tobillo. La carrera es larga.
De todos modos, el promedio es mucho mejor que mi plan de carrera. La gran duda es cómo estarán mis piernas para correr en la parte llana y mantener el promedio de 5’00” que me propuse.
Llego otra vez a la plaza en poco más de 57 minutos, casi 27 minutos menos que lo que me había propuesto. ¡¡Una barbaridad!! Estoy eufórico, pero ahora tengo que correr regularmente por los próximos 26 km.
Las piernas se van soltando y los primeros kilómetros son casi a mi ritmo de maratón (4’37”). No me puedo quejar. Alcanzo a James, un inglés que me pregunta a qué ritmo pienso ir. “Voy a tratar de no bajar de 5’00” “, le respondo. “Muy rápido”, me dice, pero se me pega al lado. “Estoy tratando de bajar las seis horas”, me cuenta. Lo veo bien, así que le digo que a ese ritmo baja las cinco horas seguramente. Lo duda. Veo que lleva el número 459 y le digo que no supera ese tiempo: 4 horas 59 minutos.
Dejo un poco atrás a James y empiezo a sentir un ardor en la tetilla derecha. “Culpa de Dientes”, pienso para mí, porque esa mañana me preguntó si no usaba vaselina o curitas (nunca las usé). Pero no, la culpa es del número, que es muy grande y por eso está alto y el alfiler de gancho me raspa. Trato de correrme la remera pero siempre vuelve a su lugar y a rasparme. “No voy a parar a acomodar el número”, me digo. Así que saco el alfiler que me molesta y lo vuelvo a poner más arriba y a la derecha. Mejor correr con la remera chingada que sangrando.
Ahora ya salimos de la ruta principal y estamos en un pueblito. La gente nos mira con asombro, desde chicos hasta abuelos. Imposible no saludarlos. “Esto es lo más autóctono de China que voy a ver”, pienso y me lamento por no haber traído la cámara de fotos.
Mis tiempos aumentan un poco, pero siempre están por debajo de los 5’00”. A partir del km 17 se separan los de media maratón. Ahora todos los que veo son rivales directos. Además, la ruta empieza a subir un poco. Nada grave, estaba previsto y me digo que los segundos que ahorré hasta acá me deberían servir para mantener el promedio. Iluso.
Hago algunos kilómetros a 5’15” / 5’20”, un poco más lento de lo que me gustaría, pero bastante bien, pienso. Veo a James que me alcanza y me pasa. En el kilómetro 20 la ruta se vuelve más empinada. No me gusta nada, pero me consuelo pensando que es el último kilómetro, ya que en la mitad de la carrera deberíamos pegar la vuelta y disfrutar de la bajada. Más iluso.
Paso la media maratón en 2 horas y 4 minutos. Excelente, pienso. Aunque sé que la segunda mitad es más dura en la muralla y además voy a estar más cansado. Pero no me imagino lo que viene. La ruta sigue subiendo y se hace cada vez más empinada. “Tiene que empezar a bajar”, me digo, “ya hay que empezar a volver hacia la muralla”. Pero no, me esperan otros dos kilómetros de subida, mucho más dura de la que venía haciendo. “Paso a paso”, me resigno. Veo un grupo más adelante que evidentemente ha bajado el ritmo porque antes no los divisaba. Eso me da un poco de aliento. Trato de seguir sin distraerme. Mis tiempos empiezan a irse al demonio. Tomo otro Gu y me revienta el estómago. “Tengo que buscar otra cosa para la próxima carrera”, pienso. Seguramente, pero ahora tengo problemas más urgentes.
Finalmente llega un parte llana. “Ahora a correr en serio”, pienso. Pero las piernas están muy duras y no me responden. Trato de hacer un esfuerzo pero siento que avanzo muy lentamente. Por suerte empieza un tramo en bajada y eso me da el envión necesario para soltarme. Empiezo a tener mejores sensaciones. Además, veo que me estoy acercando al grupito que va adelante y eso me motiva.
Siento que tengo ganas de orinar. “imposible”, me digo, “eso me pasa por no esforzarme al máximo y dejar que mi cabeza piense estupideces.” Otro motivo para acelerar.
Lentamente voy pasando corredores, incluso a James que me saluda. Ahora estamos otra vez en una parte descampada. Paso el kilómetro 28 y alguien de la organización (¿qué otra cosa puede hacer un occidental por acá?) me dice como si nada: “Calculo que estás 26º.” ¿Vi-gé-si-mo sex-to??? ¡No lo puedo creer! Consideraba un éxito estar entre los 100 primeros y ahora estoy mucho más arriba.
Esto sin dudas me da más impulso. Me digo que tengo que dejar todo en los próximos 6 kilómetros, hasta llegar otra vez al fuerte. Ahí va a empezar la subida más dura de la muralla, pero por lo menos voy a cambiar obligatoriamente de ritmo. Trato de acelerar al máximo pero me resulta difícil bajar de 5’40”. Siento que el terreno sube pero me digo que es imposible que suba todo el tiempo, son las piernas que pesan demasiado, hay que empujarlas.
Siento sed y no encuentro puestos de hidratación. Evidentemente el calor me está golpeando. Veo una mesa con unas cuantas botellas de agua al borde de la ruta y me apuro para llegar. Agarro una y empiezo a escuchar los gritos desesperados de una china. ¡No era de la organización! ¡Me robé una botella de agua! Lamentablemente no podía parar para pagarle…
Llego al fuerte. Tardé 2 horas 17 minutos en los 26 km “llanos”, 7 minutos más de lo que decía mi plan, a un promedio de 5’16”. Todavía estoy mucho mejor que el plan original, pero vamos a ver qué pasa ahora.
La cosa se pone seria. Trato de subir la escalera trotando pero mis cuádriceps no quieren. “Está bien, caminando”, acepto “pero sin pausa”. Ojalá.
Veo otro corredor de remera naranja que está en una situación mucho peor a la mía y lo paso. Empiezo a sentir pasos atrás mío. No sé si es él u otro, no voy a darme vuelta a mirar a ver si cree que estoy preocupado (al final sabré que era otro, Benjamin, un francés). Veo una pequeño descanso (unos 10 metros) y decido correrlos para impresionarlo. Da resultado. Por el resto de la muralla siento los pasos atrás pero no se anima a intentar pasarme. Llegaría un minuto atrás mío.
La muralla es realmente dura. No logro mantener mi objetivo de no parar. “Entonces que sean paradas mínimas”, decido, “uno, dos, tres”, respito hondo y a seguir. Los cuádriceps estallan, pero no tengo alternativa. Las pocas bajadas son un sufrimiento mayor que las subidas. El único “descanso” aparece en las subidas empinadas donde hay barandas, y aprovecho para “tirarme” con los brazos.
Tardo entre 15’ y 20’ por kilómetro, pero finalmente llego a la cima. Eso me da nuevas energías. Ahora sí es todo cuesta abajo hasta la llegada, tengo que dejar todo en estos cinco kilómetros!! Empiezo a correr, rapidísimo según mis sensaciones, pero apenas por debajo de los 5’00”/km. Paso varios corredores, pero muchos son de la prueba de 10 km, no rivales directos. Uno que sí es un rival directo es Tristan, un australiano que está corriendo 52 maratones en 52 semanas. Como esta es su carrera número 21 y yo llevo el número 21 intercambiamos alguna broma, pero no hay fuerzas para más.
Finalmente veo otra vez el fuerte. Levanto el brazo derecho para que vean la pulsera que indica que estoy terminando (no sea cosa que pretendan que dé otra vuelta a la muralla!!) Cuando entro a la plaza escucho “…número 21, Roberto Fusaro de Argentina, está por terminar la maratón...” No me lo esperaba, me emociono, aliento a la gente a que grite como si hubiera hecho un gol en la final del mundial. Cruzo la meta. ¡Ya está! ¡Lo hice!
Veo el reloj que me devuelve 4 hs 25’ 12” y me muero de alegría. Alguien me dice que terminé 21º y no lo puedo creer. Ahora el cansancio cae de golpe. Pero la adrenalina me mantiene en pie. Trato de caminar, mi estómago no me permite comer nada, solo hidratarme. Publican los resultados y estoy 18º en la general, 1º en mi categoría. No lo puedo creer, no esperaba tanto ni en mis previsiones más optimistas.
Al rato llegan Omar, Daniel y un poco más atrás Dientes. Todos festejamos, todos estamos contentos, el físico no nos permite dar rienda suelta a la alegría pero se nos nota en la cara.
Comemos algo, nos duchamos y disfrutamos de los veinte minutos de masajes que ofrece la organización. Es hora de volver a Beijing, a descansar, pero pronto a pensar en la próxima…
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